La idea de tener que ahorrar latidos para seguir viviendo. Para que el corazón deje de ser sólo un puto órgano que bombea sangre. No sé, empezar a quererte. Empezar a querernos. No como los mayores, sino de verdad. Siempre hemos sido más de odiarnos y odiar los domingos y luego echarnos de menos los lunes. Que se vive sólo una vez. Y hay que apuntar alto. Hay que estar a la altura. Te juro que hay canciones que hablan de ti. Y yo sólo quiero asegurarme de que tu sonrisa es mi rutina preferida. Que el amor está que te cagas de bonito, coño. Deberían de hacer un minuto de silencio por el amor en el mundo. Se lo merece, hay personas que lo merecen. Joder, no te alejes más, que duele. Para mí siempre serás el apartado sin tachar en mi lista de sueños imposibles de cumplir. Tengo el tiempo que pasa de largo, las ganas de irme y la necesidad de permanecer aquí, mi montaña de sueños montada ante mis ojos, la culpa que se amontona y el perdón que se esconde, la duda que aprieta y el deseo que vence, la inercia al caos enfrentada a este orden que se impone. Tengo la página en blanco y la letra borrosa, una historia que contar, la traición, el odio y la venganza. Esto es todo lo que tengo, y después, después estás tú. Tú y tus ojos. Esa droga que me engancha. Por la que no solo mato, sino por la que también muero. Soy capaz de mover un planeta para encontrarte, así que no te alejes demasiado. A veces confundo estar triste con necesitarte. A veces, demasiadas veces, que ya no es que te quiera, sino es eso, que te necesito. Estoy dispuesto a dejarme la vida en el intento de hacerte feliz. Y, no creo que sea imposible. Que, aunque esa palabra exista, en nuestro diccionario, en ese nuevo que hicimos juntos, no aparece. Porque puede que haya veces que te odie más, pero jamás te querré menos. Y un día cualquiera, esto que ahora mismo parece imposible, retomará un nuevo nombre, que posiblemente sea nuestro futuro.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
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