A hurtadillas por la casa, apretando los dientes, intentando no meter las manos en los bolsillos. De pie, en una esquina de la habitación mirando el recuerdo fotografiado en mi mente. Lloro, me noto frágil y cobarde por no saber cómo llamarte después de que no vinieras nunca. Porque la verdad es todo aquello que no nos esperamos y tú solo eras una mentira. Desde entonces creo en los demonios, en la gente falsa que me dice cosas bonitas de ti. Pregunté por qué y sonreíste, luego yo y entonces no quise más explicaciones.