El silencio no necesita armas de cuchillo ni fogueo precipitado, antes de pulsar cualquier gatillo, ya podría haber matado a algunas personas. Los días son interminables pero insuficientes, como si nuestra necesidad llevara el mismo nombre de la persona que la condenó.
Agachando la cabeza vi a un hombre paseando a su perro y, si la levantaba, veía un sueño hecho pesadilla. Días comunes como ningún otro, en los que el sol tiene miedo a asomarse si no ve a nadie y donde las nubes no dibujan figuritas, ya que el viento no las lleva a ninguna parte.
Hacía un día precioso y no había nadie para cuestionarlo.
Para que un segundo pasase, debía presentarse como perdido y las ventanas, eran cárceles de amor y creatividad. Los niños pequeños tararean las nanas que no se han cantado en el mundo y mi mayor pasión las describe como chirridos irritantes que bombardean los resquicios de la paciencia.
Me cuesta admitir que las azoteas se han convertido en ''el patio de nuestra casa'' donde nada fue particular. He visto casas de cartón aguantar más de media vida y nadie se ha preguntado si la nieve o la lluvia las hará provocar un desahucio mal calculado.
Los colores que se distinguen al final de la calle no son más que el batiburrillo inexplicable de órdenes llevadas a cabo en los últimos días de fiesta y en las mañanas simultáneas al miedo convertido en mediocridad.
Mi madre hacía pompas de jabón antes de que yo las supiese crear en mi cabeza. Mi hermana ya huía mucho antes de que la persiguieran. Mi amigo ya era amigo mío antes de que yo le preguntara si querría que fuésemos amigos.
Así son las cuerdas de este pozo sin fondo ni sal, una bazofia de colmillos de fiera que abrieron la boca antes de que yo me jugara el cuello. Un símil de lo tenue a lo voraz, que indique el camino justo y necesario para llegar a un punto medio donde no sumemos dos personas a la vez.
Todos los que buscamos el bien propio eyaculamos sobre el ajeno, defecamos en el portal de la que fue nuestra casa y soltamos la espina a la rosa que nos vio florecer.
Del resto nos acordaremos cuando todo cese, de las cartas que no hemos enviado porque no teníamos a quién ni cómo y las sagradas charlas y caricias que se vertieron en mares de cristal.
Podría llevarme media existencia mendigando letras, zigzagueando entre vuestros motivos para encontrar al culpable de esta distorsión. Algún día algo provocará en mí una risa constante y resbalaré con las piedrecitas del camino que otros van dejando en lugar de apartarlas a un lado.
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