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Éramos el chiste más malo de la historia.

Tengo que confesar que me arrepiento y no sabes cuanto de las cosas que dejé pasar por tener el presentimiento de que podrían mantenerse entre el saber estar, y el no hacer daño.
La verdad es que me encantaba que me hicieras rasguños, que me dispararas a distancia y nunca llegaras a matarme.
No puedo decir que sé olvidar, no puedo jurarle a nadie que dejas de estar en algún momento de mi vida. Porque, de algún modo u otro, a veces te escucho susurrar, y te veo. En los espejos, abrazándome; en la Luna, prometiendo volver algún día en aquella nave espacial que nos hiciera desaparecer de este puto universo.
Suena bien, ¿verdad? Desaparecer.
Como si la razón y el olvido hubieran enterrado el hacha de guerra y hubiesen decidido irse de fiesta juntos.
Como si algún día volvieras a decir que todo iría bien mientras yo te pedía que te quedaras.
Y no, ya apenas salgo a pasear.
Tampoco veo a personas juntas sin que suelte esa sonrisa de "esos no tienen ni puta idea de amor".
Lo siento, siento tanto no haberte parecido suficiente, no haberte podido hacer sentir como si nos hubiésemos ido de vacaciones a una isla desierta.
Los callejones oscuros ya no sirven para quedar con alguien.
Las calles ya no hacen ruido al verte andar conmigo agarrada de la mano.
Y las nubes se han vuelto un poco más grises, sabes, el cielo no es lo que era desde que dejamos de imaginar figuras en el aire.
La última vez que vi a alguien feliz creo, creo que era yo.
Y si no me equivoco, estabas sentada a mi izquierda contándome el chiste más malo de la historia.

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