Tendría que apagar mis ganas de vivir para no querer estar contigo.
Primero me vienes con esa cara de no saber dónde cojones estás, y yo me tiro encima fingiendo ser una brújula rota.
Luego te quedas queriendo no querer irte, y te juro que si das un paso más me muero.
Tus holas, tus abrazos, tus cosas buenas.
Tus despedidas, tu manera de hacer que el mundo cambie de color bruscamente, tus cosas malas.
Tu forma de achinar los ojos cuando no ves más que un par de manchas enfrente de ti, cosa que se vuelve absurda al pensar que esos ojos ven mucho más allá de lo que cualquier corazón puede llegar a sentir por alguien.
Tu forma de andar, de imitar esa manera que me encanta de hacer que las flores destiñan en pleno verano, por el calor, supongo.
Te juro que daría lo que fuera por volver a darte la mano si alguna vez te quedas atrás en un semáforo.
Las palomitas que tiras en el cine, o las que me dabas de tus manos tan llenas de timidez que cualquier mendigo se atrevería a decirte que la vergüenza hay que perderla.
Para ganar hay que perder, yo no quiero ganar. Quiero perder el miedo a perderte, y si eso significa ganar, quédate conmigo.
Sé que me arrepentiré si no lo haces, si no vuelves a acariciarme el pelo como si fuera un "ya basta mi niño, aquí estoy yo".
Y desde entonces no quiero dejar de verte, de sentir que mis pies se quiebran si te acercas a mi un poco más.
De insignificantes maneras te podría explicar que el mundo no quiere que estemos separados, pero eso significaría mentirle al destino.
Me prometí a mi mismo que no volvería a mentir, así que hoy voy a gritar tu nombre, por si las moscas, por si le da a tu corazón por extrañar al mío.
Por si echas de menos las alturas y los vértigos sentada a mi lado.
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