Sabéis lo que es una chica triste un sábado por la noche.
Lo mismo que el mejor día de tu vida no sea el mejor que hayas tenido, sino el menos malo.
Me he perdido diecisiete años, incluso me arrepiento de no haber estado en los días en los que no pensabas en nada, solo en desgarrarte la piel de los huesos haciendo que el dolor saliera de dentro.
Si no sale, hacemos que salga.
Y hay mil maneras de hacer las cosas.
Hay mil motivos por los que esas maneras están aquí rodeandonos con una soga.
Una, está la vida que tenemos, esa que deseamos que acabe lo más pronto posible. Queremos otra diferente, no la que te hace cerrar los ojos ya no por miedo, sino por asco.
He observado que de cierto modo siento que te conozco desde hace mucho tiempo, y en sólo dos días he visto lo que eres capaz de hacer con otro cuerpo que no sea el tuyo. Porque con el tuyo ya no quieres hacer nada.
Pero yo con el mío quiero recorrer California, casarme y que se me olviden los anillos encima de la mesa.
Y al día siguiente ponerme a pensar mientras fumo, y decidir que ya no hay vuelta atrás, que la puerta sigue abierta y que esa chica está detrás de ella.
Aquí conmigo no, ni yo, ni tú. Porque tú eres yo, y porque yo no soy nadie si no soy tú.
Fa, acuérdate que en Huelva vas a tener a un idiota, que hace Skype contigo, que se pelea con sus peluches para que saques una sonrisa.
Esa no, esa si que no quiero que te falte nunca.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
Comentarios
Publicar un comentario