Os juro que siempre quise ser alguien. Importante además, no de estos que se lo creen. Porque es bastante complicado: la gente te aclama, te pide autógrafos por la calle, fotos y alguna que otra cerveza. No hay tiempo para todos. En realidad, a veces no lo hay ni para mí. Entonces haces planteamientos, alguna que otra escapadita nocturna y sales a pedirles a las estrellas cosas que no existen. Es que si nos ponemos así, la felicidad es solo un estado de ánimo. Mientras buscas los cimientos de tu vida en cualquier rincón de la ciudad, vas apilando motivos. Que es tan fácil como algunos no se paran a pensar. Porque a pesar de todos los horizontes que miramos, allí donde el mar separa el régimen terrestre del astral, hay una niña que nos hace ojitos y no alcanza a acariciar lo que por causas que prefieres callar, te arrebataron. Y todo termina siendo cierto, buscas cobijo en algún bar, te abalanzas a tus amigos o familia más cercana. Lo común. En casa todos estamos un poco menos nerviosos. Bajando el nivel de astucia requerimos ciertas pautas a seguir con las que seguir tirando. Y el amor ya de por sí es muy jodido. Te centras en lo permisible, lo potable y a tu medida. Que lo mismo hay gente con la autoestima más alta porque se suben sobre piedras imaginarias. Yo que sé. Apurando al máximo los días busco a ese alguien que quise ser y se parecía mucho al que fui una vez cuando ya no supe quién era. Me encantaba la sensación de que podía morirme en cualquier momento. Pero porque sabía que tenía que morir y todo es más fácil cuando sabes cuánto te queda de vida. Ese hilo que solo se rompe al final, porque tú lo que traes por tejido corporal son un par de sogas con trescientos de ellos. Y algunos van y te los cortan. Pues algo así de sublime, siempre quise ser alguien en su vida.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
Comentarios
Publicar un comentario