Más largo es el tiempo del olvido
que el preámbulo que todo lo puede parar.
Insisto en la exquisitez del sabor de tus labios
cuando paso cerca, lejos, qué se yo.
Casi me cuesta imaginar lo obsceno de un contorno
plegable y aburrido, nítido y capaz.
Porque tú, querida mariposa gris,
no estuviste nunca preparada para llevar los colores
que pesan como años, que amanecen como soles
y sobretodo, mente incapaz, hábitat de murciélagos,
haces que el milagro cobre la pena que más vale.
Me reitero a lo anterior, a lo largo que era el olvido
una vez torcido en el nudo interno del pensamiento,
donde los arcabuces sanan y las rosas hieren,
donde no hay más que un atónito dejándose llevar por el placer.
Y al final de todo, del túnel, del paseo, del camino;
habrá un sostén que resbale y huya,
que abrace y muera.
El sostén del mundo en el que te regocijas
cuando está la vida tan tumbada que las rectas la envidian,
sin rencores ni odios que sustenten mi escritura.
No te quise por fama alguna ni monedas de cobre,
te quise por un valor que no se llama ni se avisa;
por unos cuantos puñados de terciopelo en la sopa,
de trenzas por columpios y enredaderas como manos.
Mi perdición fue no encontrar manera alguna.
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