Dice que no le queda nada claro, que los ojos le brillan por el Sol. Que está entusiasmada con todo lo nuevo, pero cuida lo viejo como si lo hubiera dejado salir de sus entrañas. Al fin y al cabo no hay nada como una madre. Siempre hemos estado de aquí hacia allí y nunca en ambos sitios a la vez. Es una putada no poder disfrutar del verano en diciembre. Tampoco vamos a permitirnos ser fugaces como la luz, solo vamos a prometer unas cuantas veces al olvido que le recordaremos para toda la vida. Y cuidarnos: mientras nos tengamos. Cuando no, será una familia desahuciada la que llore por el calor que les falta. Repito: -sé que soy muy pesado- antes, siempre antes. Hay que sentir cuando menos lo esperemos.
El cielo no se abre todos los días y sus piernas están de vacaciones. Se llega tarde cuando alguien te está esperando. De no ser así, no estaría escribiendo gilipolleces. Por una vez en la vida estoy viviendo, estoy sonriendo en el momento más oportuno: cuando más triste estaba. Y todos estos países que hablan de sus costillas han montado a lomos de un caballo al que le pesaba hasta la cola. Cada uno pone su trocito de tarta y el día de su cumpleaños nos atiborramos hasta las pestañas. Cualquier día de estos no voy a saber dónde tengo que ir para reclamar que me quieran, ya que si lo digo en voz baja nadie se entera, y por lo contrario si lo grito se quejan los vecinos. El casi nunca termina por no ocurrir, y los besos que tenía guardados debajo de la cama se están echando a perder. Sé que es muy feo hablar en tercera persona pero si hablara de mí os cansaríais en la primera línea. De ella tengo universos en fotos, paralelamente situados al borde de los abismos que se forman cada vez que se desabrocha un botón de la camisa. Es como si, al necesitar, tengas todo lo que pides. Que luego, por cosas de la vida, tienden a desprenderse como unos cachorritos de su madre al nacer. Acaso podemos decir lo que está bien si luego lo vamos a hacer lo peor que podamos. Esa no es la pregunta, pero a veces es una buena respuesta. Yo me callo la boca que las moscas vuelan demasiado rápido.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
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