Cada vez que (te) escribo muere un hada en el mundo.
Y sé que te da igual todo. Si te soy sincero, no creo que te acuerdes, tampoco creo que me pienses, y mucho menos que te jodiera perderme. Pero quién soy yo ahora sino nosotros, éramos oro, la envidia de todo el que hablaba. Y no puedo morirme de amor y lo hago. Me niego a pensar que fallamos en algo. Supongo que nunca querré como entonces, y entonces me rompo. Y yo que sé que pensar si aunque quiera olvidarte te veo pasar por mi mente y me quiero morir a tu lado aunque duela. Y no lo veías amor, mejor una vida vacía, ¿no? Mejor machacarme si todo iba mal, si total, era yo.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
Comentarios
Publicar un comentario