Ir al contenido principal

La inexactitud de lo efímero.



No sabéis lo satisfactorio que es promulgar por el mundo tus propias ideas, sentimientos y emociones. Esta mañana me han llegado algunas copias del libro que he autopublicado en Amazon. Todo el esfuerzo de la impresión y de la maquetación, las noches largas pensando en cómo habrá quedado y si gustará el resultado al final de todo. 

La cosa es que gracias a la vida no he pasado por esto solo, tengo que agradecer la mitad del trabajo a mi novia, que siempre ha estado a pie del cañón para impulsarme hacia lo más alto. Y sé que si alguna vez caigo, estará preparada con los brazos abiertos para cogerme. Es una de esas cosas que solo pasan una vez en la vida, y esta es la mía.

Los libros han llegado justo hoy y no he parado de mirarlos frente a frente, por los cuatro costados y en su interior. Siempre me detengo en los puntos flacos y fuertes, así como en el conformismo que mi persona produce al ver que la mitad de ellos ya tienen dueño. Me apasiona ver que tanto mis amigos como otros lectores, apoyan desde la lejanía y lo ajeno, el trabajo que consideran que hay detrás de todo esto. 

En mi carrera como escritor he tenido altibajos y también considero que ahora mismo no estoy en lo más alto de ella, ya que a nivel productivo he tenido pasadas mejores.

Al fin y al cabo, me quedo con las ideas que me siguen surgiendo y que me están ayudando a concretar la segunda obra que tengo entre manos, para que, a mucho tardar, esté lista a finales de este año. Aún tengo que concretar y dilucidar muchos aspectos dentro de ella, ya que tengo como meta el superarme a mí mismo y como prioridad, es la coba que más me doy.

A los que habéis leído el primero: lo que viene os va a sorprender.
A los que me conocéis y os gusta lo que escribo: gracias por el apoyo.

A los que piensan que escribir es una pérdida de tiempo: hay otros lugares en el mundo donde se os va a tratar mejor; pero en mi casa no.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Letras es cuarentena.

Hay un sonido monótono que, alba tras alba, ilumina la oscuridad de la calle. Podría decirse que se esconde entre las ruedas de los automóviles y nos da a elegir entre la acera y la calzada. Ambas están empapadas del mismo frío que disfraza a la atmósfera. El silencio no necesita armas de cuchillo ni fogueo precipitado, antes de pulsar cualquier gatillo, ya podría haber matado a algunas personas. Los días son interminables pero insuficientes, como si nuestra necesidad llevara el mismo nombre de la persona que la condenó. Agachando la cabeza vi a un hombre paseando a su perro y, si la levantaba, veía un sueño hecho pesadilla. Días comunes como ningún otro, en los que el sol tiene miedo a asomarse si no ve a nadie y donde las nubes no dibujan figuritas, ya que el viento no las lleva a ninguna parte. Hacía un día precioso y no había nadie para cuestionarlo.  Para que un segundo pasase, debía presentarse como perdido y las ventanas, eran cárceles de amor y creatividad

Otro poema al que no pienso ponerle nombre.

 Una corriente que fluya como un río sin pena, que, del hedonismo haga un vórtice y se apiade de la bandera. Que hundas la ira con el celo, la víbora con la felina, el juglar con el apenado. Yo sé, ni idea, pero lo intenté. Sincronizar la brazada y el anhelo, volcar lo inhóspito hasta que se rompa el tedio. Izar, trasnochar, verter, aullar, desmedir, puntiagudizar , roer. Nunca un verbo tuvo tanta responsabilidad. Nunca una palabra tuvo tanta culpa. Nunca un poema tuvo ni una mísera solución.

He pecado.

Hasta que la gota aprenda a colmar, supongo. Se supone que es así de necesario, como el albor trata a los ojos que lo contemplan. Buscando el rasguño de paz, la calada de sosiego. Nunca ha sido nunca.  El azar se repite, la judería deshabitada. Intenté encontrar un columpio libre, no un parque vacío. Gusanitos llegan, gusanitos van. Unos mutan, otros matan. Unos flirtean, otros se estremecen. No son tan largos los años.  Lleva siendo mentira desde ayer, desde que decidí creer. Desde que dije sí a lo que siempre dije no. Desde que las nubes se encierran a llorar. Desde que el desierto es capaz de ahogarse. Kilómetros de silencio, años luz de oscuridad. Así es la astronomía, un mausoleo de estrellas dignas de haber muerto. Ya casi estoy.  Fermenté en la aceptación, calcinado hasta el hueso, como los huracanes se llevan hasta lo que no necesitan. Épocas catalogando momentos, canciones que consiguen sacar el sabor de la desgracia. He pecado, pero aún estoy planteándome si voy a arrepentirm