Tanto y tan poco nunca fueron de la mano.
Me parece nefasta la idea de intentar esperarte un poco más de lo que ibas a tardar en no llegar nunca.
Y siempre así.
Como si al sonreír me prometieras que el mundo si que se acabó en el momento que decidiste continuar mi línea, torciéndola y llevándola a cualquier callejón sin salida.
Pero allí nos íbamos a querer.
Donde nadie nos viese, donde el cielo se acabara y tus lunares dejaran de ser los planetas que formaban mi universo favorito.
Para qué estampar en el recuerdo algo si cada vez que lo imagines te va a hacer añicos.
No todo el mundo tiene la suerte de rozarte y dejarte sin aliento;
yo solo te vi pasar
y precisamente ahí decidí dejar de respirar.
Hacía tiempo que no escuchaba lo que mi corazón no me decía.
Y ahora ya entiendo al silencio, cuando te grita intentando avisarte
del mayor accidente de tu vida,
ese que deseas que te pase y por desgracia, pasa tan deprisa que no te da tiempo a saber si te ha pasado, o nunca se va a estrellar en ti con la inercia de que lo guardes para siempre
en el lugar donde van todos y cada uno
de los atardeceres que viste solo, pensando en lo guapa que estaría si la tuvieses allí contigo. En tu sueño.
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