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Tu nombre.

Así sonaba tu nombre.
Como una revolución perdida en medio del vigésimo planeta.
Como un pájaro en la azotea deshabitada.
Tu nombre era aquel sargento que prohibía la desmesura de las estrellas.
Era, como lo incognoscible, impenetrable atuendo de voces coristas que, detrás de un velo, desmantelaban la estrategia del fin del mundo.
Tu nombre era el comienzo.

La catarsis vomitando impurezas.
El desdén abrazando a la primavera.
Tu océano de mujer siempre atrajo a la sed de mi venganza.
Yo ya solo lloraba orillas.
Olas muertas de calor en un invierno voraz y catastrófico, donde las nubes dejaron de dibujar los sueños y los niños tenían miedo a decir la verdad.
Hubiste hechizado a aquel mundo que parecía bailar mientras tú silbabas.
Aquel gargajo de dudas que expulsó a todas las incógnitas.
Nunca estoy mejor sin ti.

Pero lo parezco. Parezco tantas cosas que no soy ninguna. Y no exagero cuando finjo estar triste.
La tristeza me invade, me sepulta, me entierra.
Es el último suspiro del aliento engrandecedor.
Porque haces grande a cualquiera que dude de tu existencia.
Lamento no haberte conocido en otra vida porque, en otra vida, quizás la vida tuviese algo mejor que ofrecernos. Quizá dejarse llevar no sea una salida, sino una trampa. 
La que condena, la que encarcela.

Muero por ti pero no por más nadie. No merezco morir si no es para enseñarte que después de la vida existe una muerte infinita. Y que podremos disfrutar de ella mientras queden astros a los que rezar.
Piedras calcinadas de metamorfosis que en cuestión de segundos dieron a luz a toda la realidad del universo.

Los besos si no son a boca llena, ¡que no sean!
Por favor.

Tráeme a casa por Navidad y encierra a aquel angelito que encauzó un pacto con el diablo para salvar a quien guardaba.
No todas las alas vuelan hacia arriba.
Ni todos los ríos acaban en el mar.
Pues lo que se ha secado hubo llorado lo suficiente, antes de que alguien se diese cuenta.
Y no llegó aquel consuelo que nunca quiso venir pero se disfrazó de náufrago en el velatorio de un infiel. 

No he sido más cobarde porque la humanidad no me lo ha permitido.
Aun así tuve el honor de encontrar un amor adecuado para dirigir un ejército de caricias perfectas.
Llegué hasta tu corazón en un navío que no era mío y encontré la cueva del tesoro en un mapa antiguo de internet. Mi coronar oculto en las aguas del deseo. Yo rey sin corona.

Estoy en busca y captura por el anciano de la guadaña, no quiere mi pelo ni mis antojos, ni mis defectos ni mis virtudes. Lo que busca es un camino y yo vivo preso de un derrame emocional. Donde el ganado se extingue a manos del hombre y el futuro se extingue a manos del hombre.

Qué remedio queda sino buscarlo, qué esperanza falta sino tenerla. En nombre de un señor mayor al que no podemos nombrar porque tu nombre está aún por encima de la magia y la sabiduría. En nombre de lo innombrable. En todos los cuerpos y almas en los que me he regocijado, en cada una de las atmósferas planetarias que envolvieron la montaña de huesos aún por desarrollar. En todo aquello que no entiendo y temo entender porque cuando entiendo huyo y no me queda más remedio que hacerlo sin mostrar interés alguno por quedarme sin ti.

Cuando entiendo desentiendo.
Desvarío, desvamar. Devanado, devatodo.
Hasta los huracanes uniojos te catalogan como amor a primera vista.
Hasta las vistas que sin ser azules y azuladas dan a un cielo que a su lado te han dejado un hueco vacío.
Hasta la pena que de pena ha muerto porque la abandonaste.
Hasta el milagro se menosprecia por no haberte realizado.
Hasta el fin se ha suicidado porque no ha podido acabar contigo.

Eres eterna, externa, linterna de luz verde que depende de sí misma.
Misma gárgola que de noche posa en mí desahogando mi silencio.
Silencio que nombro pues es más facil que esquivarlo.

Nombre que del hombre te has negado.
Araña que de tela has fabricado.
Monstruo que mi miedo te has comido.

Laguna que la mente ha desechado.
Diana que en la luna has acertado.
Por mí, que no en mí, te has convertido. 

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