Tengo la sensación de que vine al mundo para hacer algo
grande. Y eso que carezco de todo tipo de súper poderes. Una vez fui invisible
pero, en parte, era un minúsculo saco de huesos que distorsionaba el círculo
social que habitaba. No era invisible, pero sí sentía que lo era. Me veía
debajo, al lado, a cientos de kilómetros de cualquier personalidad de provecho
o destacada. Estaba ahí, pero no sabía por ni para qué. Era bastante raro. Poco
a poco fui adquiriendo conocimientos sobre las personas, me abrí a nuevas
carencias o necesidades públicas que parecieron influenciarme hacia un nuevo
camino que traía consigo las causas suficientes para empezar una nueva guerra.
Me tocó luchar por ser otra persona, por querer ser otra persona. A fin de
cuentas, uno se convierte en muchas cosas a lo largo de la vida sin tener que
recurrir a la transformación obligada. Subí a algunos rascacielos buscando la
perspectiva perfecta para contemplar una lluvia de estrellas y, acto seguido,
me lancé hacia el suelo en busca de mi lugar de procedencia: las mismísimas personas.
Hemos salido a ellas y de ellas, de un palo que no quiso que fuéramos astilla.
O sí. Haz pensar al mundo y volverán para recordarte que ya han obtenido una
respuesta. Yo me crie en un barrio pequeñito donde, ser algo grande, quedaba
muy, muy lejos. Aprendí a andar y no tuve bastante, quise aprender a correr y
ahora que sé, tengo una opinión para los que crearon las habilidades humanas:
se os han olvidado las alas.
Ese mismo día que aprendí a correr, fui consciente de que
jamás iba a poder volar.
Por eso me fabriqué mis propias alas: los libros, los
orgasmos, el amor y los sentimientos.
No viajo a la velocidad de la luz, pero sé quedarme para
siempre.
Comentarios
Publicar un comentario