Podría ser más exacto a la hora de equivocarme, podría centrarme en el problema y partirlo en dos, en lugar de solucionarlo. Podría salir huyendo de donde soy feliz, así no malgastaré mi tiempo sintiéndome triste al haberme perdido. Supongo que la vida es eso, perderse y encontrarse, que te encuentren y que te pierdan. No sé con qué tipo de persona quedarme, con la que juró no hacerme daño o con la que siempre prometió cuidar de mí. Al fin al cabo, lo que más nos relaciona a las personas es lo diferente que somos. Podría no fiarme del tiempo, rechazar el oro, vivir con un sistema de reglas que se interpongan a mi voluntad, rezarte de rodillas, lamer tu orgullo, quedarme quieto cuando piso una granada. Podría haber hecho tanto que nunca, menos que jamás, lo mismo que alguna vez. Y al final intenté acercarme lo máximo posible al acierto: le hablé cara a cara al descuido, besé sus morros y le dije: - Quiero que tengas claro que el error de los dos, sigues siendo tú.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
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