Ella en la flor de la vida y yo cazando mariposas, protegiéndonos de cualquier estado anímico conceptual que pudiera asimilarse o tener algún parecido común a lo que llaman amor. Que no tengo ni idea, pero el camino se hace largo y de vez en cuando tropiezas con buen pie. Estábamos lejos, pero gritándonos cosas al oído. Con lo que me gusta a mí que me susurren cosas al corazón. Recuerdo que me hizo varias preguntas y yo no respondí ninguna con sinceridad. Me sabía las respuestas de memoria y aun así opté por causar un diluvio que se llevara todo lo que estaba regocijado en las entrañas. Me hizo sentir vivo y fue un gesto bastante feo por su parte, o al menos, eso pensamos mayoritariamente los que acostumbramos a morir de vez en cuando. Muy a menudo me salto los límites, encuentro un orden capaz de situarme en una opción incorrecta a la hora de dar un paso, por muy unánime que sea. Ya no voy dando saltitos de alegría cada vez que fantaseo con sueños ajenos. La cogí de la mano y quemaba, fue un acto reflejo no deseado. Pensé que si algo estaba ardiendo por dentro, antes que nada, debería causar estragos por fuera. Al fin y al cabo sangramos por donde nos golpean. Pocas veces han apuntado alto, pero siempre daban en el mismo sitio. Porque el dolor no es algo que se conciba como una sensación de bloqueo, ''¿te duele?'' no se responde a sí o no. Supongo que es la cuestión más difícil de captar, porque esconde un sexto sentido. Y todo lo que se esconde, no es porque no dispongamos de las capacidades necesarias para mostrarlo. Uno enseña el alma si quiere. Otros, se escapan entre señales de humo, sabiendo que aunque tienen el corazón hecho cenizas, no sacan al ave Fénix que llevan dentro, amortiguan los golpes haciéndolos rebotar hacia un lugar donde no hay nada, ni siquiera miedos. El dolor es como un hijo que no ha necesitado madre para nacer. Y entre risas incómodas y no planificadas, se marchó. Ella y luego el dolor. El dolor y luego yo. Ahora me dedico a ver pasar trenes, con la esperanza de que alguien se siente a mi lado a contemplar cómo se nos está yendo la vida.
Me ha tocado ser indeleble. Adoptar al viento por la envidia del levante y la ley de la atracción que supone manejar el campo de visión que se me otorga a casi trescientos sesenta grados. Nunca tengo la periferia cubierta del todo. Siempre hay un atisbo, un espejo en ángulo muerto, un visor retro que me dice hasta cuándo estuve y la escala del cómo. Ahora me ha dado por diseñar gráficos para comparar mi vida y obtener las malditas analíticas de cuánto he mejorado desde que nos despedimos. Lo jodido es que lleva casi un año sin actualizarse porque no tengo tiempo para pararme a pensar. Estoy mejorando, pero no sé medir la velocidad ni los peldaños. No sé en qué flaqueo ni lo que supero con creces. Mi vida es una expectativa. La realidad es que estoy cómodo, no sufro de más pero no dejo de sentirme insuficiente. La diferencia es que es muy diferente. Antes tendía a echarme a llorar y ahora suelo atenuar la importancia hasta alterar la indiferencia que me causa con respecto al ...
Comentarios
Publicar un comentario