Siete calles llevaban tu nombre,
diez hombres entraron
y no han vuelto a salir.
Caricias derramadas por las esquinas,
mogollón de cosas pequeñas
intentando encajar
para así formar una grande.
Tres tristes tigres
buscando la aguja
en el pajar donde siempre es de noche.
Una, una sola lágrima
llorando.
Polvo,
no por el sexo,
por la destrucción.
Intenté cerrar las puertas
de aquel laberinto
que olía a despedida,
y cuando me tapé la nariz
salió corriendo
y me abrazó por la espalda.
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