A hurtadillas por la casa,
apretando los dientes,
intentando no meter las manos
en los bolsillos.
De pie,
en una esquina de la habitación
mirando el recuerdo
fotografiado en mi mente.
Lloro,
me noto frágil y cobarde
por no saber cómo llamarte
después de que no vinieras nunca.
Porque la verdad es todo aquello
que no nos esperamos
y tú solo eras una mentira.
Desde entonces creo
en los demonios,
en la gente falsa
que me dice cosas bonitas de ti.
Pregunté por qué
y sonreíste,
luego yo
y entonces no quise más explicaciones.
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