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Una vez me dijeron que escribiese todo lo que me ocurriese. Que la escritura también tiene portadas de diario. En los periódicos, a veces, nos sorprenden cosas que no esperábamos ver, cosas como insípidas a la hora de disuadirlas en el estómago. Es como si tus ojos no estuviesen preparados para ver aquello que el corazón ha dejado pasar. A menudo, las personas, dejamos también de serlo. Nuestra alma emprende un viaje a no sé dónde y nos lo cuenta no sé cuándo. El corazón lo sabe porque ha viajado con ella, pero los ojos no. Los ojos se han quedado estancados, como si una orden de alejamiento los hubiese puesto en dirección contraria a la realidad. Y la verdad es que no lo aguanto. Me levanto con ganas de escribir y huele a cobardía, a sudores tóxicos, a melancolía podrida. Mi alma sigue dejando flores a la tristeza pero, sin embargo, mis ojos las riegan desde otro universo.

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Letras es cuarentena.

Hay un sonido monótono que, alba tras alba, ilumina la oscuridad de la calle. Podría decirse que se esconde entre las ruedas de los automóviles y nos da a elegir entre la acera y la calzada. Ambas están empapadas del mismo frío que disfraza a la atmósfera. El silencio no necesita armas de cuchillo ni fogueo precipitado, antes de pulsar cualquier gatillo, ya podría haber matado a algunas personas. Los días son interminables pero insuficientes, como si nuestra necesidad llevara el mismo nombre de la persona que la condenó. Agachando la cabeza vi a un hombre paseando a su perro y, si la levantaba, veía un sueño hecho pesadilla. Días comunes como ningún otro, en los que el sol tiene miedo a asomarse si no ve a nadie y donde las nubes no dibujan figuritas, ya que el viento no las lleva a ninguna parte. Hacía un día precioso y no había nadie para cuestionarlo.  Para que un segundo pasase, debía presentarse como perdido y las ventanas, eran cárceles de amor y creatividad

Otro poema al que no pienso ponerle nombre.

 Una corriente que fluya como un río sin pena, que, del hedonismo haga un vórtice y se apiade de la bandera. Que hundas la ira con el celo, la víbora con la felina, el juglar con el apenado. Yo sé, ni idea, pero lo intenté. Sincronizar la brazada y el anhelo, volcar lo inhóspito hasta que se rompa el tedio. Izar, trasnochar, verter, aullar, desmedir, puntiagudizar , roer. Nunca un verbo tuvo tanta responsabilidad. Nunca una palabra tuvo tanta culpa. Nunca un poema tuvo ni una mísera solución.

Pon tú el título.

Nada. Todo eso es lo que queda. Nada Aún no entiendo cómo salen palabras si no existen, si no crearon suficientes, si he apagado el motor. Apenas un piano estalla y sabe nombrar lo que no lloro. Mi silueta hace intentos de tocarme y no la dejo, porque sombra solo hay una por luz que la dibuje. No quedan tantos focos aquí abajo. Al menos, de risa y ojos tienen material. ¿Qué pensaran aquellos que no piensan? Tenemos un contrato que no vamos a romper, una tenue exclamación que cesa y no para. No separa. Sabe mal en cuanto a brechas que discurren por el río de la escasez, no soy capaz de atar el hilo que defiende a tu cordura. Puede ser que otro sea lo que yo. Que otro escriba lo que yo. Que yo no sea nunca uno de esos. Qué intermedio merecen los humanos que no arrebatan, que no huyen del concilio que nos esfuma y atrae. ¿Acaso no es el humo un antidisturbio? Precaución sobre las masas que no caen frente a lo pesado que es el viento. He buscado a otras en tu cami