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Sube un poco el volumen: vamos a no hacernos ni caso.

Ya sé que lo mejor está por dimanar. ¿Cuántas veces me lo repitieron? Probablemente no más de todaslasqueperdí. Hoy no he visto a nadie en ningún callejón, pero he visto muchos callejones en algunas personas. Las luces apagadas, fundidas, desgarradas; el cielo inhabitado, andrajoso y perturbado. Un día me volví loco y escuché aplausos cada hora, cada día, cada vida. Debían de estar celebrando mi asalto, la llegada de aquel inconsecuente frente el sistema establecido y, seguramente, el idilio de un caparazón ante el secuestro de la piel.

Supongo que alguna vez habremos pensado en estirar el tiempo y, lo más probable, sea que no hayamos conseguido contar los segundos con tanto delay. Todo lo hice para abrazarte más la hiel. Aunque todo esto solo siga ocurriendo en mi cabeza.

Puede que lleguemos a imaginar todo el cine y las películas rodadas en soledad, o que vivamos una crisis burocrática inferior al qué se yo. Quizás debas venir sin yo pedirlo, vivir si yo no muero o, quién sabe, fumar si yo me esfumo. Aunque luego ponga música y prefiera no escucharte, y decirte a la espalda lo que la cara desconoce. Aunque después me fuese a oír al viento cantar la samba de un delfín pidiendo auxilio.


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Letras es cuarentena.

Hay un sonido monótono que, alba tras alba, ilumina la oscuridad de la calle. Podría decirse que se esconde entre las ruedas de los automóviles y nos da a elegir entre la acera y la calzada. Ambas están empapadas del mismo frío que disfraza a la atmósfera. El silencio no necesita armas de cuchillo ni fogueo precipitado, antes de pulsar cualquier gatillo, ya podría haber matado a algunas personas. Los días son interminables pero insuficientes, como si nuestra necesidad llevara el mismo nombre de la persona que la condenó. Agachando la cabeza vi a un hombre paseando a su perro y, si la levantaba, veía un sueño hecho pesadilla. Días comunes como ningún otro, en los que el sol tiene miedo a asomarse si no ve a nadie y donde las nubes no dibujan figuritas, ya que el viento no las lleva a ninguna parte. Hacía un día precioso y no había nadie para cuestionarlo.  Para que un segundo pasase, debía presentarse como perdido y las ventanas, eran cárceles de amor y creatividad

Otro poema al que no pienso ponerle nombre.

 Una corriente que fluya como un río sin pena, que, del hedonismo haga un vórtice y se apiade de la bandera. Que hundas la ira con el celo, la víbora con la felina, el juglar con el apenado. Yo sé, ni idea, pero lo intenté. Sincronizar la brazada y el anhelo, volcar lo inhóspito hasta que se rompa el tedio. Izar, trasnochar, verter, aullar, desmedir, puntiagudizar , roer. Nunca un verbo tuvo tanta responsabilidad. Nunca una palabra tuvo tanta culpa. Nunca un poema tuvo ni una mísera solución.

Pon tú el título.

Nada. Todo eso es lo que queda. Nada Aún no entiendo cómo salen palabras si no existen, si no crearon suficientes, si he apagado el motor. Apenas un piano estalla y sabe nombrar lo que no lloro. Mi silueta hace intentos de tocarme y no la dejo, porque sombra solo hay una por luz que la dibuje. No quedan tantos focos aquí abajo. Al menos, de risa y ojos tienen material. ¿Qué pensaran aquellos que no piensan? Tenemos un contrato que no vamos a romper, una tenue exclamación que cesa y no para. No separa. Sabe mal en cuanto a brechas que discurren por el río de la escasez, no soy capaz de atar el hilo que defiende a tu cordura. Puede ser que otro sea lo que yo. Que otro escriba lo que yo. Que yo no sea nunca uno de esos. Qué intermedio merecen los humanos que no arrebatan, que no huyen del concilio que nos esfuma y atrae. ¿Acaso no es el humo un antidisturbio? Precaución sobre las masas que no caen frente a lo pesado que es el viento. He buscado a otras en tu cami