Sacó la cámara y se dispuso a inmortalizar aquel momento.
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—Yo nunca borro las fotos, por muy antiguas que sean —respondió a la pregunta que nunca hice—.
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Mientras tanto intenté disuadir mis pensamientos hacia otro entorno menos bochornoso, donde parecía relucir algún haz de luz ante la oscuridad que el sistema límbico de mi cerebro no fue capaz de detener.
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—Nunca olvidará a sus otras parejas — pensé con voz minuciosa—.
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Al intentar dirigirle la palabra, puse en marcha la otra parte de mi cabeza que se encargaba de hacer como el que no ha pensado más que en el sitio donde iba a llevarla a cenar, metamorfoseando un rostro de decepción en otro con apariencia quirúrgica añadida en una película cómica de los años setenta.
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—Eres idiota, Jose —me acuchilló el silencio de después —, a ti también pienso recordarte para siempre.
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Tras dejar salir el aire impulsado por una turbia risa, negué con la cabeza todo aquello que aún no comprendía.
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—No me quiero olvidar de aquellas veces que he amado de verdad, por eso guardo las fotos. Fueron momentos bonitos.
—Entonces, ¿qué piensas hacer conmigo?
—Superarlas todas.
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