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Vaya miedo.

De nada sirve apagar las luces si ya no me van a ayudar a meterte mano bajo las sábanas.

Ahora saber de ti es una cuesta arriba interminable, y yo siempre rodando. 
No barajamos bien nuestras cartas, incluso algún caballo se perdió y quiso galopar por tus pestañas.

Eras desierto
lleno de agua,
libros repletos
de frases bonitas
que contar al mundo. 

Una vez te esperé
y creí que nunca volverías:
vaya miedo.

Sabes, el mundo me ha enseñado una cosa, algo que no es tuyo, porque tú no lo quieres.
Me ha enseñado a ser fuerte,
a gritar,
me ha dicho que debo caminar por casa descalzo,
perder los calcetines,
me ha enseñado a besar el suelo,
a recordar,
a dejar ahí.

No hay que reciclar amores de pegatina, porque puedes no ver donde se pega y saber perfectamente en qué lugar de tu cuerpo está.

Ahí, en esa historia, en esa página.
Pero por detrás,
desde aquí no se puede despegar.

He visto mogollón de películas de asesinatos,
y yo he cambiado un poco la nuestra,
aquí el crimen,
siempre vuelve al lugar del asesino.

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